viernes, 15 de julio de 2011

Trabajando en Psicologia del deporte. Entrevista a Dra. Patricia Wightman por Federico Bianchini en Brando

Wednesday, May 11, 2011

Viaje a la cabeza de un deportista*
Correr, nadar, pedalear durante horas y horas. El entrenamiento de alta competencia puede ser monótono. ¿Qué hace un atleta para no aburrirse? ¿Qué estrategias usa para preparar también la cabeza? El lugar de la imaginación en eso que llamamos deporte.

La pileta está en penumbras. Hay pocas luces. Hay una mujer, María Inés Mato, que en el andarivel central nada de una punta a la otra. Al costado de la pileta, su entrenador Claudio Plit, anota en una planilla el tiempo de las pasadas. Es domingo, muy temprano, está nublado, y parece que va a llover. Cada vez que la mujer saca la cabeza para respirar, mira a su entrenador. Un vistazo le basta para percibir una señal de aprobación o un gesto que indique cómo corregir la patada.
Pero ahora ve que, detrás de Plit, hay alguien. Una persona de pie, con pasamontañas y fusil, que la mira concentrada. Ella no se altera. Sigue nadando mientras repite el mantra que escribió hace tiempo: “Vamos a la Mancha. Vamos a todos lados y a cada lado que nos llame. Vamos a recorrer el mundo, porque su lugar es el mío y mis caminos transitados son sus caminos”.
Respiración. Vistazo. Ya no es uno, sino varios. Hombres y mujeres con pasamontañas y fusiles que le hacen gestos de aprobación, le gritan que siga, que va bien. Lejos de asustarse, ella se siente acompañada. Hunde la cabeza en el agua, piensa: “Subcomandante, sigamos a la otra orilla. Descansemos solamente lo necesario para continuar. Lo que va quedando atrás es sólo eso. El resto: el hilo mínimo tejido que transforma la distancia en tiempo. Subcomandante, ¡vamos! O venga usted aquí, para salir cuanto antes a alcanzar el continente”.
Y al terminar la frase ve que los hombres y mujeres —miembros del Ejército Zapatista liderado por el Subcomandante Marcos— se arrojan al agua, vestidos, con sus armas, sus capuchas, y la siguen, nadando detrás de ella. Ajeno a todo, Claudio Plit observa que, según su planilla, a medida que pasa el tiempo su entrenada va más rápido. Después de anotar los escasos segundos de la última pasada, ve como María Inés, sin ninguna compañía, rebota de un extremo al otro de la pileta.
La primera vez que María Inés Mato nadó doce kilómetros en una pileta de 50 metros fue y volvió 240 veces. Al terminar, dijo: nunca más.
La mujer, que luego cruzaría el Canal de la Mancha, se dio cuenta de que la única forma de poder entrenarse durante tanto tiempo era pensar en otra cosa.
Crear otra realidad.
A María Inés no le gusta, para nada, la frase “entrenamiento mental”.
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Frente a su escritorio, la psicóloga Patricia Wightman, encargada y fundadora del servicio de psicología del deporte en el CENARD, dice que cada deportista tiene sus necesidades. Que para entrenamientos largos existen trucos que ayudan “a mantener la motivación y evitar el aburrimiento, a regatillarse y recuperar la energía”. Dice que los trucos suelen ser secretos. Y que en un año Panamericano, un año preolímpico, un truco que puede marcar la diferencia no se divulga por nada.
¿Cómo podría explicar en términos teóricos que María Inés Mato viera a los zapatistas? ¿Eso llegaba a ser una alucinación?
En la psicología del deporte, dentro de los estados de la conciencia, existen lo que llamamos estados transitorios. En ellos interviene el entrenamiento mental: durante el juego, el atleta es un actor representando un papel. Sólo en los casos en los que los estados de la conciencia surgen más allá del poder de evocación, fuera del control del deportista, hablamos de una alucinación: ya en el terreno de la psicopatología.
Wightman cuenta que en todos los deportes se usan técnicas para mejorar el rendimiento. Una de ellas es la visualización. “Ver un movimiento o una serie de movimientos con los ojos cerrados”.
El preparador físico Daniel Bambicha explica: “El deporte es acción y la acción es más rápida que el pensamiento. Cuando pensás, el tiempo ya transcurrió, la jugada acaba de terminar”. Con la visualización se busca que el deportista sepa cómo actuar antes de tener que decidir.
En 1986, Diego Maradona hizo un gol que le valió el apodo de Barrilete Cósmico. Seis años antes, en un amistoso contra Inglaterra, había tratado de meter un gol muy parecido. La pelota se fue afuera por muy poco. “En una entrevista, contó que lo había corregido por un comentario de su hermano —dice Bambicha—. En su cabeza, Diego repitió esos movimientos decenas y de veces”.
La fisiología del pensamiento mental se podría resumir: el cerebro genera un sentimiento, el sentimiento genera una reacción química, la reacción genera una respuesta física. Cuando tenemos una pesadilla, nos despertamos de golpe: a veces transpirados, con la respiración agitada.
Bambicha y con el Máster de yoga científico Daniel Espina fueron los entrenadores psicológicos de Santiago Lange y Carlos Espínola en los Juegos Olímpicos. Los regatistas, ganaron dos medallas de bronce (Atenas 2004, Pekín 2008) y dos de plata (Atlanta 1996, Sydney 2000).
En el gimnasio, acostados boca arriba sobre una colchoneta, Espínola y Lange hacían ejercicios de respiración. Una vez que estaban relajados, Espina les daba una consigna para que resolvieran. Les decía: “Imagínense en una largada, dos barcos adelante, uno atrás, el viento de tal manera. Para salir faltan tres segundos. Dos segundos. Un segundo”. Ellos, dentro de su juego mental, se imaginaban qué hacer.
Concentrados, sin moverse, ponían las manos tensas, les transpiraban los pies. Los cuerpos estaban en la colchoneta. Sus cabezas, en el medio del río.
Los resultados de estos ejercicios, dice Bambicha, se verían días después en los entrenamientos físicos o las regatas. “Las diferencias técnicas que se producen son notables”.
Wightman dice que la visualización puede hacerse en tercera persona (como si una cámara filmara al deportista) o en primera persona (como si el atleta viera la acción con sus ojos). “La visualización hay que hacerla todos los días: en el camino y durante el entrenamiento, antes de ir a dormir, antes, durante y después de competir”, dice la psicóloga.
En un segundo, los jugadores de ajedrez ven miles de jugadas. Casi no piensan. “Salen de la parte consciente, trabajan con el inconsciente”, dice Bambicha.
Visualizar es pensar con imágenes en vez de con palabras. Es pensar con anticipación. Es preparar el cuerpo para que reaccione al estímulo.
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A pesar de sus títulos, el norteamericano Dean Karnazes —el hombre más saludable del planeta, una especie de freak sponsoreado que corrió sin parar durante 75 horas, completó una maratón en el Polo Sur a 4 º C bajo cero y terminó seis veces un recorrido de 220 kilómetros en el Valle de la Muerte a 48 º C— a veces se cansa. En esos casos, Karnazes usa dos técnicas. La primera: focalizarse en el paso que sigue. Y el que sigue. Y el que sigue. Y así.
La otra: pensar en cómo se va a sentir después de la carrera. Eso, dice, lo ayuda a atravesar los momentos difíciles. Los momentos en los que las piernas se sienten como si uno chapoteara en un pantano.
“Es la llamada distracción de la atención — explica Wightman—. Mucha concentración en un mismo objeto, fatiga. Por eso, en las rutinas largas, para aliviar el cuerpo hay que pensar en otra cosa”.
El ultramaratonista argentino Gustavo Muñoz, que ganó siete veces el Tetratlón de Chapelco, explica que con estas técnicas el dolor pasa. O, al menos, se ubica en un segundo plano: uno se va acostumbrando.
Otra herramienta, dice, es pensar en tramos cortos: “Tenés que sacarte el tiempo y la distancia de la cabeza. Porque si te ponés a contar los kilómetros que faltan, si te preocupás por llegar a una hora precisa, empezás a luchar contra vos mismo”.
La peor parte de luchar contra uno mismo es asumir la derrota.
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En el libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, el escritor japonés Haruki Murakami dice:
“A menudo me preguntan en qué pienso cuando estoy corriendo. Los que me formulan preguntas de esta índole son, por lo general, personas que nunca han vivido la experiencia de correr por una larga temporada. Y cada vez que me hacen una pregunta de esta clase, no puedo evitar sumirme en una profunda reflexión: ¿Realmente en qué pienso mientras corro? Y, para ser franco, no consigo recordar bien en qué he venido pensando mientras corría. (…)
Mientras corro, simplemente corro. Como norma, corro en medio del vacío. Dicho a la inversa, tal vez debería afirmar que corro para lograr el vacío. Y también en el vacío es donde surgen pensamientos esporádicos. Es lógico. Porque en el interior de la mente humana es imposible lograr el vacío absoluto. El espíritu humano no es tan fuerte ni tan consistente como para poder albergar el vacío absoluto. Sin embargo, esos pensamientos (o esas ideas) que penetran en mi espíritu mientras corro no son, en definitiva, más que meros accesorios del vacío. No son contenido, son pensamientos generados en torno al eje de la vacuidad”.
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María Inés Mato, cuarenta y cinco años, pelo corto, la pierna derecha amputada a la altura de la rodilla, el gesto tranquilo, hizo cosas que otros no hubieran imaginado posibles. Nadó en lugares donde nadie había nadado. Nadó, casi desnuda —con una gorra, un traje de baño— en sitios a los que sólo se habían animado unos pocos, aunque protegidos por una capa de grasa, por trajes de neopreno.
Nadó en el Mar Báltico, el canal de Beagle, las Islas Malvinas; en el ventisquero negro donde braceó junto a bloques de hielo, el agua casi helada. Se sumergió en la Antártida: nadó durante 20 minutos. Y pudo demostrar que no es cierto aquello de que después de siete minutos en aguas hipotérmicas el corazón deje de latir.
“Fue un trabajo de años que no tiene que ver estrictamente con la natación. Un trabajo progresivo que empezó en 1995. Cuantos más inmersiones, más minutos, horas, yo pasaba en el agua fría eso se iba acumulando en el cuerpo”, dice María Inés y también dice: “Si uno no le pide al agua fría que cambie, uno cambia”.
Plit dice que Mato es, sobre todo, una nadadora mental. Mental y emocional. Con mucha, mucha intuición.
Mientras nada, María Inés piensa, imagina, elabora, crea diálogos y personajes, como los zapatistas, que la ayudan a transformar la experiencia en algo más interesante que un simple hecho físico. Cuando se entrena, mientras va y vuelve, juega un ejercicio mental, borra las piletas. Le pone color al agua, la hace turbia, amarronada, agrega camalotes, no está más en una pileta: nada el Río Paraná. Imagina barcos de draga que la acompañan, le abren un camino y hacen que el agua clorada viva, tenga una leve corriente que la impulsa y oxigena
Incluso, ha llegado a oír la voz del agua. No siempre. Pero en ocasiones ha sentido palabras: un susurro que la alienta y la estimula.
El 28 de julio de 1999, día en que entró en el Libro Guiness de los récords después de nadar en once horas los 34 kilómetros del estrecho de Fehmarnbelt, en el Báltico, la escuchó.
Ese mañana, el mar era una gran pileta. Calmo, sin oleaje. Pero a pesar de que ella braceaba y braceaba no se movía. Por las islas a los costados, el peligro de chocar contra alguna roca en la orilla, sólo podía nadar en línea recta. “Era increíble: yo había empezado a entrar en una zona de enojo, cosa rara en mí —cuenta en el estudio de su casa de Parque Avellaneda—. Algo no encajaba. A pesar de que todo parecía bien, algo no estaba bien. Era dramático, muy duro. En ese momento, escuché que me hablaban. Escuché una voz que decía: te saqué las olas, te saqué el viento, te dejé el sol, te dejé una leve corriente en contra, hacé algo con ella. Le creí. Lo acepté como un mensaje y empecé a moverme en zigzag y, así, pude seguir”.
Plit dice que es muy difícil transmitirle a una persona qué es lo que ve o lo que oye un deportista después de nadar tanto tiempo. “La natación de aguas abiertas es un deporte muy mental: terminás creyendo que lo que pensás con fuerza se concreta. Te enfrentás a situaciones muy difíciles y practicás una psicología de superadaptación, en donde todo el tiempo llevás cosas al pensamiento”, comenta el entrenador.
Llevar las cosas al pensamiento es verlas, olerlas o, simplemente, sentir que están ahí.
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Otra de las técnicas muy usadas en el entrenamiento psicológico, cuenta Espina, es la concentración. “Que no implica la abstracción en una cosa sola, sino una ampliación de la conciencia. Es estar atento a todo. Poner algo como figura, otra cosa como fondo”, dice.
Explica: en el yatching, si uno no está alerta al cambio de la brisa, a la modificación de la corriente, a la ubicación de los otros competidores no puede tomar buenas decisiones. Hay que centrarse y recibir toda la información para decidir qué hacer.
El concepto oriental de la no mente. No pensar en el pasado, no pensar en el futuro: sólo en el ahora. “Yo siempre le digo a los deportistas que se olviden del resultado que está en el futuro. En el tenis, por ejemplo, les pido que miren la pelota, que se fijen la velocidad, se concentren en el rival. Lo que está pasando ahora es lo único que existe”.
La cabeza funciona como una chica histérica: si uno dice que sí, ella responde no. “Si pensás en ganar, automáticamente contemplás la posibilidad de perder. Y empieza la lucha interna. En cambio si te focalizás en el juego, el ganar y el perder quedan allá lejos —explica—. El resultado se transforma en una consecuencia directa de lo que estás haciendo”.
El entrenamiento psicológivo sirve cuando faltan recursos para salir a navegar. Sirve para que los campeones de tiro bajen el ritmo cardíaco. Sirve cuando los calendarios de competencia se interrumpen. Sirve siempre.
Sirve y es imprescindible.
Varias colchonetas. Una postura, respiraciones y aparecen el agua, los defensores de remera blanca, el viento, las olas y uno, en primera o en tercera persona, que sin moverse elude a cinco, bracea, rema a todo lo que da, y define junto al palo.
*Dibujo de Fabián Mezquita/publicada en Brando de mayo.
Posted by Ø at 2:52 AM